Podemos vivir algunos meses sin comer, quizá podríamos vivir algunos días sin beber, pero tan solo sobreviviríamos unos minutos en ausencia de aire. Por suerte el oxígeno que respiramos es uno de los elementos más abundantes del planeta, conformando en un 20% nuestra atmósfera. Esta dependencia del oxígeno no es casualidad. La vida se las rebusca con lo que tiene, o con lo que es abundante en el planeta y como consecuencia de ello, un altísimo porcentaje de los organismos evolucionó generando mecanismos para poder vivir aprovechando ese gas tan abundante.
Pero, ¿para qué necesitamos el oxígeno? En realidad, los seres vivos obtenemos la energía de los enlaces que unen los átomos de carbono presentes en los alimentos que consumimos cada día. Tener oxígeno disponible nos permite apropiarnos de los enlaces de energía que unen los carbonos y luego eliminar esos carbonos sueltos al combinarlos con oxígeno, proceso que llamamos respiración. Somos tan dependientes de ese proceso, que respiramos entre 8 y 16 veces por minuto, es decir, unas 17000 veces cada día. Y si bien solo necesitamos el oxígeno, en cada respiración ingresa a nuestro cuerpo todo aquello suspendido en la atmósfera cercana.
La relación entre la atmósfera y la vida es tan importante que, si la observamos en una escala geológica, veremos que todos los organismos vivos evolucionaron para adaptarse a su composición según ésta fue variando al compás de procesos planetarios como, por ejemplo, la intensa actividad de los volcanes en épocas remotas. Al mismo tiempo, a medida que la vida se desarrollaba, la atmósfera también fue modificando su composición, por ejemplo, cuando aparecieron los organismos fotosintéticos que liberaron al sistema los gases producidos por su metabolismo. En ese lento, lentísimo proceso, atmósfera y vida se fueron ajustando y reajustando, volviéndose completamente interdependientes.
Sin embargo, algo se desajustó hace poco tiempo. Cuando nuestras sociedades llegaron a la época moderna, comenzaron a realizar actividades en una escala tan intensa que, de golpe y sin aviso, modificaron aceleradamente la composición nuestra atmósfera: el crecimiento humano liberó toneladas de dióxido de carbono por la utilización de combustibles fósiles y las actividades industriales esparcieron miles de contaminantes por sus chimeneas y, como consecuencia de ello, se generó un nocivo impacto para los numerosos organismos que dependen de la atmósfera, entre ellos los humanos. El aumento de algunos gases fue tan importante, que incluso se intensificó la forma en que la atmósfera retiene la energía del planeta, incrementándose el efecto invernadero y generándose la crisis climática que todos conocemos.
Por suerte parte de la sociedad, sobre todo los jóvenes, está considerando seriamente este problema. Aunque no sabemos si podremos revertir ciertos impactos, hoy los gobiernos del mundo discuten estrategias para mitigar y, en algunos casos, detener la emanación de gases nocivos a la atmósfera; en escenarios donde el activismo y la presión social constituyen una pieza clave para llegar al deseado derrotero. Y algo está cada vez más claro, el cambio no solo llegará a partir de las industrias limpias o de soluciones técnicas para capturar los gases de efecto invernadero, sino que dependerá de repensar a fondo nuestra relación con la naturaleza y el desarrollo de nuevos modelos productivos.
El 19 de noviembre se conmemora el Día Mundial del Aire Puro, ojalá sea una jornada donde individuos, sociedades y gobiernos nos permitamos repensar profundamente nuestra vulnerabilidad y la del resto de los seres vivos, ante la crisis ambiental que estamos atravesando. Ojalá a partir de ello decidamos cambiar el actual modelo, que será tan necesario como tomar aire, expirarlo y volver a respirar.
 

Dr. Juan Lavornia

Licenciado en Diagnóstico y Gestión Ambiental (FCH-UNCPBA), Doctor en Ciencias Naturales (FCNyM-UNLP)

Coordinador de la Licenciatura en Ciencias Ambientales (UNTDF)

Instituto de Ciencias Polares, Ambiente y Recursos Naturales (ICPA-UNTDF)

 Invitado por el Instituto de Ambiente de Montaña y Regiones Áridas (IAMRA-UNdeC)