“Pregúntale a la vidala qué dicen esos motivos,
que en palo, metal y roca fundara el pulso del indio.
Qué quiso decir el hombre labrando tanto misterio?
Tigres fatales nos miran desde algún vaso de arcilla
y una danza de serpientes sube montañas arriba.
Pregúntale a la vidala que dicen esos motivos,
tal vez el hombre lo sepa, si es que lo quieren los siglos”
Vidala de los Signos Perdidos / A. Ferraro
Hoy, 9 de agosto, se conmemora el Día Internacional de los Pueblos Indígenas, establecido en el año 1994 por la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU) con el objetivo de reconocer “el valor y la diversidad de las culturas y formas de organización social de las poblaciones indígenas del mundo” y “la necesidad de mejorar la situación económica, social y cultural de las poblaciones indígenas respetando plenamente sus características distintivas y sus propias iniciativas”, entre otros. La conmemoración además de visibilizar la cuestión indígena a nivel mundial, posibilita también la mirada local. Una revisión breve de la historia indígena en La Rioja y la región, nos devuelve la imagen de un territorio cargado de memoria cultural y social, de gran profundidad temporal.
La región del valle de Famatina y Chilecito, como toda la provincia, atesora innumerables testimonios de su pasado prehispánico, donde los vestigios permiten establecer un dilatado proceso de ocupación humana y de transformación del espacio que remonta al menos los últimos 10.000 años de historia, aproximadamente. Aleros, puntas de proyectiles, aldeas, pukaras (fortalezas), representaciones rupestres, centros ceremoniales y administrativos, caminos y santuarios de altura, son sólo algunos de los frágiles y hermosos testimonios que han sobrevivido al paso de los siglos.
La tierra fue labrada; los frutos silvestres molidos en conanas (morteros) de piedra; el agua, guiada a través de canales silenciosos; el maíz, cocido en cuencos de arcilla sobre el fuego, y dibujos indescifrables fueron grabados sobre rocas. El espacio natural fue socializado, fue nombrado y adjetivado, cada recodo del paisaje adquirió significado porque fue apropiado culturalmente. La gran montaña de cumbres nevadas, el Famatina, fue por ejemplo en tiempos del Inka venerada como un cerro sagrado. Sus dos cumbres principales (el Gral. Belgrano y el Negro Overo) poseen construcciones de piedra que responden a lo que se conocen como “santuarios o adoratorios de altura” dentro de la jerga arqueológica. Los Inkas llegaron a poseer un culto particular para estas deidades montañosas, como lo fue la capacocha, que incluía importantes peregrinajes hacia los cerros, ofrendas de objetos y en ocasiones vidas humanas (niños). Más allá de las particularidades del ritual en tiempos del imperio, las construcciones en el cerro demuestran y dan continuidad a una creencia muy arraigada en todo el mundo andino, que llega hasta el presente, donde las montañas son concebidas como seres con vida propia, a quienes se les ofrenda y pide. Son cerros sagrados, son Apus (espíritus de la montaña que influyen sobre sus comunidades y los ciclos vitales).
Con la llegada de los españoles y el proceso de conquista, todo el espacio se altera y la fisonomía de los pueblos originarios también. La historia colonial, indica que la zona estaba habitada por tres parcialidades importantes en el Siglo XVII: los famatinas, amilpastis y pohonagastas, figurando como autoridades don Francisco Catiba y Simón Pibala. Los famatinas tuvieron un rol protagónico durante las rebeliones que tuvieron como objetivo librarse del yugo español durante el conocido alzamiento diaguita-calchaquí. Éstos, fueron descriptos como “muchos en número, más ladinos y belicosos”. Según la reconocida etnohistoriadora Roxana Boixadós, una vez sofocadas las rebeliones en el año 1643, el valle es repoblado con parte de los grupos vencidos como los capayanes, guandacoles, abaucanes y batungastas, adquiriendo la fisonomía de pueblos multiétnicos. Hacia fines del Siglo XVII en el valle se localizaban los pueblos indios de Famatina, Guandacol, Capayán, San Nicolás, Malligasta, Anguinán, Nonogasta, Sañogasta y Vichigasta.
Este rápido recorrido por la historia indígena, cuyo protagonismo es indiscutible en la región, nos lleva, para finalizar, al presente. Según el último Censo Nacional (2010), el 1,2% de la población de La Rioja (3.935 personas) se reconoce como indígena, en su mayoría del pueblo Diaguita-Calchaquí. Si bien la cifra es menor a la media nacional, la adscripción indígena en la provincia ha aumentado más del doble si se compara con la Encuesta Complementaria de Pueblos Indígenas realizada en el año 2004, donde solamente alcanzaba al 0,5% (1.429 personas) de su población.
Sin lugar a dudas soplan vientos nuevos sobre los procesos de re-emergencia étnica (indígena) en la provincia, sostenido en la actualidad por referentes como Roberto Chumbita, Ada Campillay y Roberto Aballay, que llevan adelante una labor destacada en aras de recuperar derechos y saberes, con una raíz profunda y estoica en el territorio, como hemos relatado.
Lic. Claudio M. Revuelta
Escuela de Desarrollo Local
Universidad Nacional de Chilecito
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